
Por casi tres décadas, la familia de Arley Pidiache Achagua vivió entre la esperanza y la angustia. Tenía apenas 12 años cuando la violencia lo arrancó de los brazos de sus seres queridos en Támara, Casanare, un municipio golpeado por el conflicto armado.
En 1987, tras la muerte de sus padres en hechos violentos, Arley y sus tres hermanos quedaron bajo el cuidado de su tía y abuelos. Diez años después, en 1997, un nuevo ataque armado lo desapareció de su entorno, dejando un vacío imposible de llenar. Desde entonces, su nombre se convirtió en una plegaria y su paradero, en un misterio doloroso.
La búsqueda formal comenzó en noviembre de 2023, cuando sus hermanos acudieron a la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD). La investigación, apoyada por la Fiscalía y Medicina Legal, reveló que Arley había fallecido en 2010 en una vereda de Tame, Arauca, y su cuerpo había sido sepultado sin identificar en el cementerio de Arauca.
Fue en octubre de 2024, durante una intervención humanitaria en ese camposanto, que se recuperó un cuerpo coincidente con las características de Arley. Las pruebas de ADN confirmaron lo que la familia temía y a la vez anhelaba saber: finalmente, su búsqueda había terminado.
El pasado 28 de marzo, en una emotiva ceremonia en Yopal, su familia recibió el cofre con sus restos. En medio de lágrimas y abrazos, uno de sus hermanos expresó: «No sabíamos si estaba vivo o estaba muerto. Hoy descansamos de saber que lo encontramos».
Arley fue inhumado en el cementerio de El Morro, junto a sus padres, cerrando un capítulo doloroso de una historia que nunca debió escribirse, pero que encontró, al fin, un lugar de reposo.
