El ex comandante del Grupo Guías que fue clave en la retoma del Palacio De Justicia.

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Bogotá amaneció gris aquel 6 de noviembre de 1985. Un aire pesado recorría la ciudad mientras las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer sobre la Plaza de Bolívar. Nadie sospechaba que ese día, en el corazón político y judicial del país, la historia de Colombia daría un giro trágico e imborrable.

A las 11:35 de la mañana, un estruendo rompió la rutina. Integrantes del M-19 irrumpieron en el Palacio de Justicia. En cuestión de minutos, el edificio, sede de la Corte Suprema y el Consejo de Estado, se convirtió en un campo de guerra. Magistrados, empleados, visitantes y guerrilleros quedaron atrapados en medio del fuego cruzado.

Desde el otro lado de la ciudad, el coronel Alfonso Plazas Vega, comandante de la Escuela de Caballería, recibió la orden: debía retomar el control. Sin vacilar, alistó tanques y hombres, y se dirigió hacia el centro. La misión era clara, aunque el desenlace, incierto.

El fuego y la palabra

En medio del caos, las cámaras de televisión buscaban captar cada instante. Los reporteros se amontonaban entre el humo y el estruendo de las ráfagas. Y fue entonces, entre el ruido metálico de los blindados y el eco de los disparos, cuando se escuchó la voz del coronel: ““Aquí defendiendo la democracia, maestro

La frase, pronunciada con firmeza, viajó por las ondas radiales y se grabó en la memoria colectiva del país. Estas palabras que, en medio del fuego y la confusión, parecían condensar toda una época: la defensa del Estado, la violencia política, el miedo y la esperanza.

Plazas Vega no podía imaginar que aquella expresión, lanzada casi al pasar, se convertiría en símbolo. Para algunos, era el grito de un militar que defendía las instituciones; para otros, el preludio de una tragedia que aún no termina de sanar.

El hombre detrás del uniforme

Plazas Vega, nació en Sogamoso, Boyacá el 21 de junio de 1944. En su carrera alcanzó el grado de coronel, con el cual se retiró en 1992. De profesión es Administrador de Empresas de la Universidad de América, especializado en Administración Pública de la ESAP.

Durante su carrera militar fue Jefe de Operaciones de la Quinta Brigada en Bucaramanga y también tuvo a su cargo, como Comandante, el Grupo Guías de Casanare, una importante unidad militar con sede en Yopal, pero con jurisdicción en Casanare, Boyacá y Arauca, posteriormente fue designado como comandante de la Escuela de Caballería en Bogotá, entre 1984 y 1987, donde tuvo que comandar la “retoma” u operativo de reacción a la Toma del Palacio de Justicia por la guerrilla del M-19 el 6 y 7 de noviembre de 1985.

Hasta entonces, el coronel gozaba de una carrera ascendente. Había comandado brigadas, formado cadetes y ganado respeto entre sus superiores. Era un hombre de carácter férreo, convencido de que la autoridad era el último bastión frente al caos. Pero aquel día, bajo la lluvia y el humo, su nombre quedaría marcado por siempre. La operación de retoma, que buscaba restaurar el orden, terminó dejando un saldo devastador: el Palacio reducido a cenizas, más de un centenar de muertos, y una serie de desapariciones que aún reclaman verdad.

El precio del deber

Los años siguientes no fueron fáciles. Mientras el país debatía responsabilidades, Plazas Vega pasó de héroe a acusado. Fue señalado por la desaparición de varios civiles que salieron con vida del Palacio y nunca regresaron. En 2007 fue capturado; en 2010, condenado; y ocho años más tarde, absuelto.

La justicia osciló entre el reconocimiento y la censura, mientras su frase —aquella que había pronunciado con el pecho erguido frente a las cámaras— seguía viva en las aulas, en los archivos, en los noticieros y en las calles.

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