#Opinion*
La lucha de las mujeres en la política no es nueva, pero en departamentos como Casanare aún se enfrenta a profundas barreras invisibles y violencias que muchas veces se normalizan. Quienes decidimos participar en lo público lo hacemos con convicción, con ganas de transformar, de proponer, de servir. Sin embargo, ese camino no siempre es justo, ni equitativo.
En el ejercicio político, muchas mujeres somos blanco de maltrato, burlas, desprecio, y en algunos casos, de violencia verbal y simbólica.
Nos cuestionan por hablar fuerte, por tener carácter, por liderar. Nos señalan por ser madres, jóvenes, solteras o simplemente por no encajar en los moldes de lo que otros creen que debe ser una lideresa. A menudo se nos exige demostrar el doble, soportar el triple y callar lo que duele para no parecer débiles.
En Casanare, la persecución política contra las mujeres que ya ejercen cargos de elección popular es una realidad latente. No es raro que seamos objeto de campañas de desprestigio, rumores malintencionados y puertas que se cierran solo por atreverse a alzar la voz. Lo más lamentable es que muchos de estos ataques provienen de hombres que, creyéndose superiores, recurren al maltrato verbal o a la descalificación de nuestras capacidades. Pero quienes actúan así no demuestran fuerza, sino cobardía. Porque florecer en medio de este terreno hostil no solo es un acto de resistencia, sino una declaración de que las mujeres no nos iremos, no nos callaremos y no dejaremos de construir el futuro que Casanare merece.
Hoy alzo la voz por mí, por las que vinieron antes y por las que vendrán, porque no podemos permitir que el machismo siga siendo la regla y no la excepción. Casanare merece un liderazgo con empatía, visión y compromiso y eso lo podemos entregar las mujeres con todas nuestras diferencias, talentos y sueños.
Porque cuando una mujer florece, florece todo Casanare.
*Sofia Grosso Ojeda
