COLUMNA DOMINICAL / TEXTO DE OPINIÓN PERSONAL DE Juan Carlos Niño
El JetSmart no tardó mucho en despegar del Aeropuerto El Dorado en Bogotá, atravesar el sur de Colombia, sobrevolar Ecuador y Perú, para virar a la derecha y adentrarse en el Océano Pacífico, entregando a los pasajeros la dicha de la curvatura más espectacular del subcontinente, hasta divisar -al cabo de cinco horas- la Cordillera de los Andes –recubierta por una capa de nieve- en donde se registró en 1972 el accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que transportaba de Montevideo a Santiago a un equipo de Rugby, y que se conocería más adelante como “El milagro de los Andes
Al aterrizar en el Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez de Santiago –que grupos feministas chilenos se negaron a “rebautizarlo” Pablo Neruda, por un supuesto abuso sexual del poeta a una joven sirvienta en Sri Lanka- eran dos expectativas las que me embargaban: la sensación de pisar por primera vez en mi vida suelo extranjero –lo postergué con los años- y acercarse aún más a la materialización de un sueño infantil: asistir a un concierto del otrora niño genio de la música ranchera “Pedrito Fernández”, adquiriendo desde los Setenta cada uno de sus discos –incluidos Coqueta, Delincuente y Un sábado más- asistiendo a todas sus películas en el Teatro El Estero y el Cinema Casanare de Yopal, siendo éste inaugurado con su película “Mamá Solita”.
Estaba preparado para la actitud seria y distante de los chilenos en el Aeropuerto –que en nada desdice de la maravillosa idiosincrasia austral- por la advertencia de libro “Miguel Littin, clandestino en Chile” de Gabriel García Márquez, en donde el cineasta le dice al nobel que “el chileno nunca te mira a los ojos”, atribuido a su ascendencia indígena mapuche –que solo fueron doblegados a finales del Siglo XIX- y por el peso doloroso de la centenaria violación de los derechos humanos –incluido el derrocamiento de Salvador Allende- pero que de un momento a otro sonríen y están prestos a resolver cualquier duda al turista, teniendo los chilenos un común denominador con este Columnista: conocer y seguir la carrera de Pedro Fernández, entender su sencillez personal y su magia artística, estremecerse con “Mi forma de sentir” y bailar al ritmo de “Yo no fui”, que en 2001 le valió una gaviota de plata en el Festival Viña del Mar.
La etapa más interesante de Pedro Fernández no fue su prodigiosa carrera infantil –en donde incluso superó la popularidad de su padrino Vicente Fernández- sino los momentos difíciles que afrontó cuando cambió de voz en su adolescencia, en donde críticas apresuradas daban por hecho que ésta no iba a funcionar, cuando curiosamente no se les ocurría cuestionar con la misma severidad a sus contemporáneos Luis Miguel, Lucero y Thalía, por lo que a Pedro Fernández le tocó la difícil tarea de “reinventarse”, demostrar la capacidad aguda de su voz –considerada ahora una de la mejores voces del folklore mexicano- y como si fuera poco sentar las bases –como intérprete y compositor- de lo que ahora se conoce como el género ranchero contemporáneo –al lado del célebre productor Homero Patrón (QEPD)- que sin duda enriqueció nuestra identidad latinoamericana, con joyas musicales como “Tributo a José Alfredo Jiménez”, que emocionó al hijo del desaparecido cantante de Guanajuato, al expresarle: “Pedro, bienvenido a la familia”, y que logró en Ciudad de México la venta de más de 200 mil copias en un solo día.
A las 6 AM, salí del Hotel Panamericano –a unos 200 metros del Palacio de la Moneda- para caminar sin rumbo por las calles de Santiago, con el nerviosismo de lo desconocido y a la vez admirado por su arquitectura republicana –con cafés recién abiertos, atendidos por espectaculares mujeres modelos- pensado a la vez que mi vida no era tan distinta a los retos de Pedro Fernández –lo que explica mi identidad con el “Aventurero de América”- luchando con sencillez y constancia, contra todo pronóstico, forjando a lo largo de los años una presentable vida académica y laboral –en la Universidad de la Sabana y el Congreso de la República- hasta que los pasos me llevaron a la inmensa Alameda –avenida principal de Santiago- alcanzando entonces a reconocer al fondo una insigne Estación del Metro subterráneo: “La Moneda”.
A las 7 PM –cuando aún no oscurece en Santiago- salí de la Estación Parque O’Higgins del Metro, encontrando el silencioso pero imponente Movistar Arena, que en 120 minutos esperaba el concierto de Pedro Fernández (23 de enero de 2023), encontrándome con cientos de chilenos que entusiastas llegaban al mencionado espectáculo, portando corona de colores, afiches, botones y escarapelas del mexicano, mientras que en los restaurantes y bares del sitio se escuchaban distintas canciones del artista, sin poder creer –reitero- que había llegado ese fantástico y maravilloso día, esperado y cultivado desde los sueños más recónditos de mi niñez, siendo una recompensa a tantos años de aciertos y vicisitudes, cuando desde hace muchos años atrás mi amigo Pedrito –a quien considero mi hermano del alma- había demostrado que estaba destinado a convertirse en uno de los íconos más importantes de la música vernácula mexicana, que al día de hoy ha vendido más de 25 millones de discos.
En primera fila, escuchando el clamor de miles de chilenos que pedían la pronta aparición de Pedro Fernández en el escenario, presencié la irrupción de su potente voz con una canción tan clásica y tan exigente en la interpretación, como es “Así es un mexicano”, que dio inicio a un impecable concierto de casi dos horas, con un elegante traje ranchero de color azul mar y encima una capa roja –que casi siempre arroja de manera teatral al suelo- en donde siguieron canciones tan importantes de su repertorio como “Fueron tres años” y “Quien será la que me quiere a mí”, terminando estos primeros minutos con una excepcional interpretación de “El Aventurero”, en donde se destaca la rapidez y perfecta pronunciación de la letra y el altísimo tono con el que termina “(…) aventurero yo soy”.
La altísima calidad del concierto no fue una sorpresa para mí –considerado por la exdirectora de la Cámara de Comercio de Casanare Martha Aldana, como un espectáculo de la misma calidad al de Vicente Fernández- encontrando novedoso su enorme calidez humana, la relación afectiva que construye –minuto a minuto- con el público, que denota de lejos su innegable realización como ser humano, la plenitud y tranquilidad con la que a diario vive –llegó a Santiago con su hija Gemma Cuevas- y que reflejó con la expresión sencilla, sonriente y curiosa, cuando alcanzó a escuchar mi grito “venimos de Colombia”, lo que de inmediato registró en su memoria, porque se acercó tres veces en el concierto al lugar donde estábamos, siendo emocionante cuando me ubicó entre la multitud, instándome a cantar con él «La mujer que amas”, que casualmente fue la primera canción que escuché, cuando al «reinventarse” logra catapultarse nuevamente a la fama, que coincidió con la época que terminaba estudios de Comunicación Social y recién iniciaba mi carrera como funcionario del legislativo.
Al terminar el concierto, no quise experimentar ninguna sensación de nostalgia y tristeza, sino que al contrario decidí darme por bien servido ante tremendo espectáculo –configurado desde mi niñez- agradeciendo al Todopoderoso por tan hermosa concesión, pero al abandonar de manera lenta la zona VIP del Movistar Arena, de repente se escuchó de nuevo la voz de Pedro Fernández, interpretando a capela y en un tono mayor ¡queeeeee… te pasa, chiquilla que te pasa! encendiéndose nuevamente las luces del escenario, y obligando a sus mariachis a “rearmar” de afán sus instrumentos musicales, para acompañar su magistral interpretación de “La mochila azul”, con una voz perfecta, casi idéntica a la de los años gloriosos de su niñez.
Coletilla: Al finalizar la interpretación de este clásico, Pedro Fernández se acercó nuevamente al lugar donde estábamos ubicados, y no dudo en gritar con respeto y gratitud: “Gracias a las personas que vienen de Colombia” –como se muestra en el video de esta Columna- lo que confirma aún más ese gran talante como ser humano, sin un ápice de soberbia ni vanidad, que indudablemente fue definitivo para que su legado personal y artístico se quedara conmigo para siempre.
Gracias, Pedro.
- Asesor Legislativo – Escritor.
Yopal (Casanare), domingo 16 de julio de 2023,