En un país como Colombia, donde las heridas del conflicto armado aún supuran en muchas regiones, las Mesas de Paz emergen como espacios vitales de reconstrucción social. Así quedó evidenciado en el reciente evento celebrado en La Cárcel La Picota, donde Martin Llanos, hoy un Gestor de Paz —excombatiente convertido en símbolo de reconciliación— pronunció un emotivo discurso ante representantes del Gobierno Nacional, organizaciones sociales, víctimas, juventudes y líderes comunitarios.
Bajo el lema “Un Pacto por la Paz Integral en Casanare”, el discurso no solo fue una intervención ceremonial, sino un manifiesto ético y político sobre el sentido profundo de la reconciliación. En su mensaje, el Gestor de Paz reconoció los errores del pasado y asumió la responsabilidad de tender puentes entre las orillas antes enfrentadas. Desde una celda, su voz resonó con fuerza, no por su volumen, sino por su contenido humano, restaurativo y esperanzador.
La Mesa de Paz: un símbolo de esperanza colectiva
La Mesa de Paz, más allá de ser un escenario de diálogo, representa una herramienta concreta en la implementación de los acuerdos de paz y la construcción de territorios reconciliados. En este espacio convergen víctimas, victimarios, instituciones y sociedad civil, todos con un objetivo común: tejer una nueva narrativa para Colombia.
El discurso resalta cómo el Plan de Trabajo “Sembrando Paz en los Llanos Orientales” no es simplemente una hoja de ruta administrativa, sino el fruto de un anhelo colectivo por dejar atrás la confrontación armada y abrazar un modelo de justicia restaurativa, con verdad, reparación y no repetición.
Cuando la voz de un excombatiente se convierte en eco de esperanza
El orador —cuya identidad queda en segundo plano frente a la potencia simbólica de su rol como gestor— habló desde el centro de reclusión con humildad, pero también con determinación. Reconoció el dolor causado, reafirmó su compromiso con la paz y expresó su deseo de ser un instrumento para sanar las heridas aún abiertas. Su discurso fue una pieza de pedagogía de paz, de esas que no se pronuncian desde los salones académicos, sino desde las entrañas de la experiencia vivida.
Con frases como “la reconciliación demanda un acto trascendente de reconocimiento del dolor infligido” y “construir una paz que sea la herencia imborrable de nuestra tierra”, el discurso remueve conciencias y hace un llamado a la corresponsabilidad de todos los actores sociales.
Verdad, justicia y reparación: los tres pilares que sostienen este proceso
Lo más valioso de las Mesas de Paz como la de Casanare es su capacidad para visibilizar el dolor de las víctimas, reivindicar sus voces y comprometer a los antiguos combatientes con un nuevo pacto de humanidad. Son escenarios donde se confrontan las verdades ocultas, se gestan acuerdos de reparación y se siembra justicia social.
Como lo subrayó el Gestor, “la justicia restaurativa y el perdón sanador” deben convertirse en herramientas no solo jurídicas, sino espirituales para los territorios afectados. Su mensaje también se dirige al Gobierno Nacional, pidiendo que este proceso no sea un gesto simbólico, sino una verdadera política de Estado con acompañamiento constante, respaldo financiero y legitimidad social.
Casanare y los Llanos Orientales: territorios que quieren dejar atrás el conflicto
Casanare, un departamento profundamente golpeado por el conflicto armado y por la presencia de grupos armados ilegales como las AUC y las FARC, hoy alza la voz como ejemplo de voluntad transformadora. Las lágrimas de las víctimas, el conocimiento de los expertos, el compromiso de las juventudes y la fe de las comunidades religiosas confluyen para sembrar una paz que no sea frágil, sino fértil.
El cierre del discurso lo resume todo: “Seguiremos caminando, convencidos de que la paz total que nos convoca será la victoria de las generaciones venideras”.
Este tipo de gestos y palabras son los que le dan carne y sentido al concepto de paz territorial: una paz que no se impone desde arriba, sino que se construye desde las raíces, con verdad, justicia y memoria, en especial cuando participan lideres como Héctor Buitrago, fundador de las ACC y los comandantesde las autodefensas en Arauca y del departamento del Meta.

Opinión | Casanare y los Llanos pueden ser el ejemplo de una Colombia reconciliada. Pero para ello, el país debe escuchar y respaldar estos procesos con la seriedad y el compromiso que merecen.