Por MAURICIO JIMÉNEZ PÉREZ / El Patoncito
Hoy 10 agosto, conmemorando un año más de la muerte de mi padre, Luis María Jiménez, quiero decirles que recordarlo es devolverme a los tiempos maravillosos de mi niñez, etapa muy dura y de muchos sufrimientos para mí, pero que extrañamente la evoco con nostalgia.
Y como todos sabemos la nostalgia es una tristeza distinta, es grata y más bonita, porque es un sentimiento de añoranza y afecto.
Hablar de mi padre también es recordar la imagen imaginaria y desfigurada de una madre que no conocí, y que pude dibujar usando en mi mente, las fotografías ya desvanecidas por el tiempo y los comentarios que poco a poco pude ir recuperando de mi familia y de la gente que la conoció.
De igual forma, es recordar al hermoso pueblito de Aguazul con sus callecitas destapadas y el río Unete bordeando la población y extendiéndose con sus aguas transparentes por toda la geografía llana; es recordar los campos tupidos de cultivos de arroz, los caballos y los caminos polvorientos que apuntaban a las veredas.
Sin embargo, cuando tuve conciencia del papel social de mi padre, lo percibí como un hombre meditabundo, parsimonioso y con una sonrisa abierta de par en par.En ese momento mi papá ya empezaba a constituirse como un dirigente regional y tenía una agenda y una ruta política trazada.
Su vida pública cobraba importancia y yo digo que era apenas comprensible, ya que poseía una profunda vocación por el servicio con los desprotegidos y un enorme corazón que le permitía literalmente cargar sobre sus hombros todos los problemas generados por la desigualdad social del sector campesino del Aguazul de entonces.
De hecho, mi padre era un campesino como lo soy yo, de manos callosas, mirada cansada y andar taciturno… nació en Toca (Boyacá) en 1941 y desde muy niño tuvo que sortear las dificultades propias de la pobreza y el abandono que viven miles de familias en Colombia.
Su padre, don Gabriel Riaño no le dio el apellido y por esta razón mi abuelita Adelina Jiménez lo bautizó Luis María Jiménez y como tantos huérfanos construyó su vida entre el hambre y el arduo trabajo, siendo apenas un infante.
Él llegó al Casanare por intermedio del mayor Garrido, quien lo contrato como obrero en su finca la Portuguesa, después estuvo en Brasilia y en Buenos Aires con el señor Efraín Becerra.
Sin embargo, fue en el Bubuy, en la propiedad de la familia Salamanca donde conoce y contrae matrimonio con la señorita Isabelina Pérez mi extrañada mamá.
Algo fatídico es contar que una tragedia seguía muy de cerca los pasos de mi familia y mi madre muere ahogada en el caño el Tinije cuando lavaba ropa, siendo víctima de una ataque que la dejó inmovilizada e indefensa y en medio de las aguas.
Este episodio ha marcado mi vida a pesar de no tener conciencia del hecho, pero me genera reflexiones sobre la vida, sus valores más sensibles y sustanciales.
Debemos recordar que este trágico incidente dejó huérfanos a dos niños (mi hermano Juan Javier, que apenas tenía días de nacido, y a mi persona, con dos años y medio de existencia).
Es verdad que después de la trágica muerte de mi madre, mi padre se aleja lentamente y se entrega totalmente a la actividad política, sin dejar por completo las actividades del campo.
Fue varias veces concejal del municipio, incluso fue premiado junto a otro colega por ser los concejales de Colombia reelegidos el mayor número de veces; también fue Consejero Intendencial cuando Casanare era Intendencia y el primer alcalde por elección popular de Aguazul y su pensamiento era ser gobernador del departamento.
El perteneció a la ANUC, al MOIR y al M-19, porque tenía convicciones muy profundas al respecto de la equidad social y la redistribución de la riqueza y en estas filosofías políticas encontraba asidero y coincidencia con su pensamiento.
Vale la pena aclarar que era de ideales social demócrata pero no era guerrillero.
Por ejemplo, el creía firmemente que la tierra era para quien la quisiera trabajar y no para crear latifundios que no generaran valor agregado o utilidades agropecuarias representadas en trabajo y en la riqueza rural. Incluso, se dice permanentemente, que estas fueron las causas que propiciaron su asesinato en el año de 1991, vale decir que ya son 30 años desde que partió de esta tierra, dejándonos perplejos y conmocionados por su pavorosa partida.
En su vida personal y emocional, les digo que con mi madre Isabelina hubo 2 hijos, Juan Javier y mi persona, tiempo después de enviudar contrajo matrimonio con la señora Rafaela Hernández y nacieron mis hermanos Juan Ricardo Jiménez y Martha Zoraida Jiménez, también convivió con la señora Lucia Pineda fructificando en una hija de nombre Patricia Jiménez y finalmente, estableció una relación sentimental con la señora Edelmira Rincón, con quien tuvo a Natalia Jiménez.
Es preciso decir que Edelmira y Natalia (aún de brazos) vivían con mi papa y estaban presentes la noche de su deplorable asesinato.En honor a la justicia y a la verdad, debo confesar que también existe otro hermano no reconocido y que su es nombre Iván Yesid Cárdenas, para un total de 7 hermanos, todos vivos gracias a la providencia y a la gracia de Dios.
Mi padre a pesar de tantas ausencias nos dejó un legado y no es un legado burdamente electoral, pues su trabajo y obra nos heredó una responsabilidad política con las sociedades más inermes como lo hizo en su vida.
Por eso afirmo que no fueron palabras vacías, fueron ejemplos basados en acciones, fue la honestidad , generosidad y su entrega absoluta hacia los más necesitados.
Padre mío y madre mía Dios los tenga en su eternidad, deseo humildemente que sus ideales y su memoria, vivan por siempre en mi corazón y en el corazón de todos los aguazuleños y casanareños.